La ladrona de libros: la palabra es vida

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Tenía preparados pañuelos para la que se avecinaba pero al final no fue para tanto. La historia de una niña acogida por una familia tras la muerte de su hermano y el pasado comunista de su madre en la Alemania nazi prometía muchos nudos en la garganta. Sin embargo, esta adaptación de la novela de Marcus Zusak no logra el grado de intensidad, matices, emociones e ironía del libro. La ladrona de libros (The Book Thief) invita irremediablemente a comparaciones con otros títulos de lo que podríamos llamar el subgénero del drama-cuento en tiempos del nazismo (El niño con el pijama de rayas, por ejemplo) o con propuestas más profundas como la inconmensurable El lector (The Reader), donde guarda obvias similitudes (la lectura como trasunto vital) pero pierde en cualquiera otra comparación.

Lo más curioso de la historia, mucho más efectivo en el libro, es que el narrador es La Muerte y no como podría ser lo lógico la niña o el padre adoptivo o el judío al que acogen en su casa. De esta manera somos testigos de un punto de vista trascendente pero frío, sarcástico, ante el devenir de las pobres almas de los protagonistas, lo que contrasta con la candidez y bondad de una niña que encuentra en la lectura para sí y para los demás el refugio y el sentido a la existencia y una puerta a la salvación y la esperanza. Alrededor de ella, el bonachón padre y la aparentemente dura pero en el fondo igual de buena madre (interpretados por los oscarizados Geoffrey Rush y Emily Watson), su enamorado compañero de clase y el judío escondido. Como fondo, la Alemania nazi a punto de comenzar la guerra y hasta el final del conflicto.
La ladrona de libros se sostiene sobre todo por la gran interpretación y la cara angelical de la niña protagonista (Sophie Nélisse), el resto del elenco y lo emocionante de la historia, pero tras un comienzo dubitativo y que parece que remonta se queda ahí y no te llega a atrapar del todo ni emocionarte hasta la médula como la historia requería y la novela original consigue. La dirección (Brian Percival, que dirigió A Boy Called Dad o varios capítulos de Downton Abbey) es correcta sin más pero o no quiere meterse en mayores líos para no perjudicar su obvia intención de competir en los Oscars o bien no supo ir más allá y captar todas las posibilidades que la historia ofrece. Acabas imaginando qué hubiera sido de este material en manos de Spielberg.
En definitiva, una historia ideal para ir al cine en Navidad, que entretiene y emociona pero que no consigue cumplir las expectativas ni llevarte a la zozobra, la reflexión o el sentimentalismo aunque sea barato de otros títulos similares. Se queda más en el cuento infantil que en la más profunda lectura (nunca mejor dicho) del sentido de la vida, la fragilidad e insignificancia de ésta pero al mismo tiempo su grandeza, reflejada en las almas de aquellos que aman y dan la vida por otros.
Lo mejor: la niña protagonista.
Lo peor: se queda a medio camino en casi todo.

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