La vida de chuck #FlashReview #Sitges2025
La vida de Chuck es una de esas películas que te sorprenden por su sensibilidad, su inteligencia narrativa y su capacidad para dejarte con el corazón lleno. Mike Flanagan demuestra una vez más su talento para adaptar historias complejas con un toque fantástico, esta vez partiendo de una obra de Stephen King que recuerda al tono nostálgico y emotivo de Big Fish. La película se divide en tres actos, en orden contrario, para que vayas viendo como ese puzzle va encajando pieza a pieza en ese mundo que parece complejo pero que al final se distingue como la vida de cualquier persona que habita este mundo. La vida de Chuck se siente como un episodio especial de La dimensión desconocida, con ese aire de misterio y reflexión que te atrapa desde el primer momento. A pesar de que Tom Hiddleston aparece brevemente, su presencia es magnética y envuelve toda la historia con una calidez especial. Su aura, casi etérea, le da profundidad al personaje de Chuck, convirtiéndolo en el corazón invisible de la película. El resto de actores y actrices, liderados en el extraño primer acto por Chiwetel Ejiofor y Karen Gillan, y seguidos de los familiares de Chuck, con Mark Hamill como su abuelo cumplen sobradamente. En ese sentido la película es redonda. Mike Flanagan y Stephen King de la mano Mike Flanagan se ha hecho un nombre últimamente con sus series de Netflix como La Maldición de Hill House, Misa de Medianoche, La caída de la casa Usher o El club de la medianoche o con películas como Doctor Sueño, la atrevida secuela de El resplandor. Y pocas personas s eme ocurren mejores para adaptar una historia de Stephen King que él. Una de esas historias que King regala al mundo, escapando de Payasos malvados, asesinos y terrores de lo más variopinto y deja algo muy cotidiano con un toque fantástico al más puro estilo Richard Matheson. Es una feel-good movie muy astuta, que no cae en lo cursi ni en lo predecible. Al contrario, te invita a mirar la vida con otros ojos, a valorar los pequeños momentos y a querer ser mejor persona. Al terminar, uno se queda con ganas de vivir más intensamente, de abrazar lo cotidiano como si fuera extraordinario.
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