El fenómeno detrás del hype de Good Boy (2025)
La película Good Boy (2025) llegó rodeada de un considerable hype, y no era para menos: pocas veces el cine contemporáneo se atreve a poner casi todo el peso narrativo sobre un perro, literalmente protagonista del 99% del metraje. La sola idea resulta tan curiosa como arriesgada, y el resultado, aunque irregular, merece cierto reconocimiento por su atrevimiento formal y técnico.

En apenas 70 minutos, la película consigue mantener el interés gracias a su brevedad y a una puesta en escena que evidencia un enorme trabajo detrás de cámara. Desde la dirección de fotografía hasta la edición, Good Boy funciona como un pequeño laboratorio cinematográfico: cómo contar una historia casi sin humanos, cómo dirigir un animal, cómo transmitir emociones desde una mirada canina. En ese sentido, el filme es un logro.
El perro protagonista: un actor con alma
El perro protagonista —cuya expresividad sorprende— sostiene por momentos la película entera. Es imposible no admirar la paciencia y precisión necesarias para lograr una actuación tan natural y coherente. Sin embargo, y pese a ese mérito, el guion no termina de acompañar el despliegue técnico.
La trama —un perro que ve fantasmas— parte de una premisa simpática pero se queda en la superficie, sin explotar del todo su potencial emocional o metafórico. La originalidad está ahí, pero el desarrollo no termina de igualar la fuerza de la idea.
Conclusión: Good Boy merece un aplauso por el intento
Good Boy no cumple del todo las expectativas que su campaña generó, pero tampoco fracasa. Es un ejercicio curioso, una mezcla entre experimento narrativo y película de festival, que se disfruta más por lo que intenta que por lo que consigue. En definitiva, merece un aplauso por la valentía y la ejecución técnica, aunque el resultado final no sea tan redondo como prometía.
Un experimento tierno y audaz que demuestra que, a veces, el mejor amigo del cine también puede ser un perro.