Anoche, el Auditori del Melià fue testigo de una auténtica fiesta del exceso cinematográfico. Entre vítores, risas y exclamaciones de puro disfrute, Sisu: Camino a la venganza se convirtió en una de esas experiencias colectivas que solo se viven en un festival. Y es que la película lo tiene todo para hacer las delicias del público más entregado: gore desbordante, acción sin freno y un héroe que roza la inmortalidad.
Sangre, acero y venganza a ritmo de aplausos festivaleros
Aatami Korpi —aunque todo el mundo lo llame simplemente Sisu— vuelve a empuñar las armas, y esta vez no contra los nazis, sino contra los soldados de la URSS. Su objetivo es tan simple como imposible: regresar a su Finlandia natal, cargando con su casa a piezas, mientras los soviéticos intentan eliminarlo para evitar que se convierta en leyenda. Pero ya sabemos que Sisu no se rinde, ni sangrando ni ardiendo.
La película se entrega sin complejos al espectáculo. Cada disparo, cada explosión y cada baño de sangre están rodados con una precisión quirúrgica y un sentido del humor negrísimo que levanta al público de la butaca. Sisu: Camino a la venganza es puro cine de festival: exagerada, salvaje y absolutamente gozosa.
Bigger, Bloodies, Crazier
Si la primera parte ya había conquistado a los amantes del cine de acción extremo, esta secuela lo lleva todo más allá del límite, convirtiendo a su protagonista en un mito moderno, una especie de John Wick nórdico con alma de leyenda folklórica. Además en sus escenas de persecución me ha venido en mente Indiana Jones.
La Banda sonora es magnífica, y pese a que sea casi una película muda (el protagonista no suelta palabra alguna y los rusos pocas), las invenciones, las escenas de acción separadas por capítulos y el rizar el rizo de Jalmari Helander (siempre querido en Sitges) hacen la delicia de los que disfrutaron de la primera.