Cuando me enteré que M. Night Shyamalan, con el que tengo una relación amor-odio en virtud de sus altibajos, iba a unir las historias de ‘El protegido’ y ‘Múltiple’ para crear un universo y cerrar la trilogía de superhéroes «realistas», puse la cuenta atrás en marcha con mis mejores expectativas. Resultado final: moderadamente satisfecho, lo que en Shyamalan puede ser muy bueno o muy malo.
‘Glass’ es la traca final, la unión y desenlace de dos títulos: ‘El protegido’, considerada si no la mejor, una de las mejores películas del director indio y ‘Múltiple’, película que recuperaba al Shyamalan más reconocible y exitoso. Y es también la oportunidad de unir de nuevo a Samuel L. Jackson y Bruce Willis, además de añadir el portentoso trabajo de James McAvoy. Éste último vuelve a estar inspirado y se come la pantalla pero Jackson y Willis cumplen sin más y sólo se refuerzan cuando están los tres juntos. Tres bizarros, enigmáticos e hipnóticos personajes en un mismo film. La cosa prometía pero como en tantos casos que presupones un peliculón que te deje atado a la butaca al final no es para tanto; y si sumamos la misma sensación cuando dirige Shyamalan de ver algo sublime o decepcionante, pues el producto final es bueno sin más, no desde luego para atizarle tanto como se ha hecho.
‘Glass’ tiene un comienzo potente y con la incertidumbre de cómo va a unir a los tres personajes, pero enseguida se muestra el grueso de la trama y alarga el «estudio» de los ¿trastornos? ¿superpoderes? de los protagonistas para llegar al clímax final marca de la casa. El problema, o quizá sean prejuicios, es que el director te ha acostumbrado tanto a giros con un sello tan propio que te deja con ganas de más, cuando lo que hace aquí, acertada o equivocadamente, es dar un toque más natural a lo expuesto en sus dos películas-origen y convertirlo en un más pausado y profundo análisis de la figura del superhéroe y de la verdad que puede haber en ello, si es simplemente fruto de trastornos psiquiátricos derivados de pasado traumáticos.
Curiosamente ahí radica lo inesperado y lo convierte en algo que puede aportar o mermar a la película en virtud de tus expectativas, convirtiéndolo en acierto o carencia: la identidad, la necesidad actual de creer en algo diferente, superior o distinto frente a lo convencional, o quizá sea sólo una huida hacia adelante de inadaptados y heridos de muerte psicológicamente. Hurde una trama y un encaje sutil y lógico en ese sentido, sin alardes efectistas, pero tienes la sensación que se queda a medio camino de ambos, que ha perdido la oportunidad de convertirla en su mejor película y dejar al espectador con la boca abierta.
Si M. Night Shyamalan pretendía hacer una reflexión sobre la identidad, la necesidad de personas extraordinarias y el dilema de si lo inexplicable es sólo algo no entendido aún por la ciencia o realmente escapa al entendimiento humano, es una película notable. Si además quería un cierre sublime a una trilogía forzada pero coherente uniendo dos historias de gran fuerza y a tres personajes casi icónicos en su filmografía, un microuniverso marveliano particular de andar por casa con su ‘toque’, se ha quedado a medio camino.
