No hubo necesidad de esperar a Netflix. Ayer se emitieron en una cadena generalista los últimos capítulos de la segunda entrega de ‘American Crime Story’ tras la magnífica de O.J. Simpson: Versace, creada por Ryan Murphy. No me resisto a hablar de ella.
Las críticas han sido casi unánimes aunque muchos la sitúan por detrás de la primera entrega del ex jugador americano. Pero para servidor ‘Versace’ es más compleja y redonda. Las redes reflejaban la confusión ante tanto salto temporal y sobre todo porque se centraba casi exclusivamente en el periplo del asesino y no en la vida del modisto. Lo primero lo trataremos ahora; lo segundo decir que la serie va sobre asesinatos y asesinos que marcaron la vida americana, no sobre las víctimas.
‘Versace’ es tan elegante como brutal, con un guión impecable, con el final como inicio (el acto del asesinato de Gianni Versace) y a partir de ahí tejer un laberinto temporal que tiene su sentido formal e incluso estético, movimientos de cámara y angulaciones en clara referencia a Kubrick o Anderson (tanto Wes como Paul Thomas). Y es que la intención es tan acertada como lograda: la sublimación de la estética, de la apariencia, pero distinguiendo el medio sobre el fin. La serie empieza y acaba cerrando un círculo con música clásica como fondo pero mostrando la diferencia de paso entre víctima y asesino. Si Versace se rodea de lujo pero como consecuencia de su trabajo y su genio, el asesino lo toma como un fin vacío que le haga ser especial y admirado, pero sin hacer nada por ello salvo adentrándose en la falsedad, la mentira, el robo y la prostitución. Si Versace crea diseños para vestir y aparentar pero también para recalcar lo bueno de cada uno, Cunanan se viste como disfraz para mostrar un yo falso y vacío, para llamar la atención, recalcando en este caso lo peor.
Darren Criss está inmenso como el asesino en serie Andrew Cunanan que culminó su violento periplo pegando un tiro al diseñador italiano. Y el acierto de centrarse tanto en su figura no es desmerecer al artista víctima sino explicar las causas de tal deriva, dentro de una perfecta ambientación de los 80 y 90 como marco temporal y geográfico que por sus características también explica el proceso del asesino y el rechazo homosexual por el VIH. La continua montaña rusa de saltos temporales sin aparente orden tiene su intención en crear un puzle psicológico que sin justificar nada explica las causas y motivaciones del asesino y finalmente muestra el sentido de ese aparente desorden que puede liar al espectador, gracias a los sublimes momentos que explican la infancia, adolescencia y sobre todo la relación con el padre de Andrew. Paradójicamente los momentos de la infancia de Gianni son muy escasos, breves pero significativos y claros, basados en cómo cumple su sueño gracias a un empujón afectivo y a una obsesión muy diferente a la de Cunanan, basada en talento y trabajo. Vacuidad y extensión en el tiempo frente a veracidad y brevedad como original recurso de explicar lo contrario de lo que aparentemente parecería querer subrayar.
La serie brilla desde el minuto uno y culmina en los tres geniales últimos episodios con un sentido del ritmo narrativo y el clímax maestros. Si desde el principio vemos claramente la vacuidad del protagonista cuya única obsesión es ser rico y famoso, ser el centro, ser envidiado y admirado pero sin hacer nada por ello, el contraste con las humanas dudas, problemas de salud y creativos de Versace acrecientan el discurso del sentido de la vida y del poso que dejamos en los seres queridos y en la sociedad. Si el lujo del modisto es interiormente auténtico aunque con la rémora siempre de la fama y las superficialidades que rodean a la moda, el de Cunanan es artificial, basado en la mentira, en crear un pasado, presente y futuro que no existe ni existirá, lastrado e influenciado por los actos de su padre que tenía iguales características de aparentar lo que no se es y ser lo que no se puede ser pero basado en esfuerzo al menos y no en engaños como su hijo.
‘Versace’ se muestra así, al margen de narrar por otra parte excepcional y brutalmente el periplo asesino de Andrew Cunanan, como un impecable y absorbente análisis de algo tan de actualidad: la apariencia frente a la verdad, la autenticidad frente a la falsedad, la obsesión por la fama, el dinero y el reconocimiento cueste lo que cueste sin ninguna base sólida basada en valores morales y esfuerzo. El fracaso, el rechazo y la frustración llevan al protagonista, como a tantos seres humanos, a la autodestrucción y a la destrucción el prójimo, al que amaba o admiraba o al que se interpone en sus objetivos. Nada es casual y todo se va desgranando para cobrar sentido, hasta la culminación y el cierre del círculo con el final del asesino que todos conocemos, dejándote con un halo de impacto y reflexión a partes iguales.
En espera de nuevas entregas, por ahora la serie está cumpliendo con creces las expectativas, dejando dos joyas de entregas y dignificando cada vez más un formato que sigue dando más sorpresas, riesgo y muestras de talento que los largometrajes.